Yolanda Muñoz Cremades

En este recorrido he aprendido a “notar” cómo con sus dedos en mis pies, se me “abre” algo en el pecho (!), cómo con su tacto en mi cráneo el ruido constante que supone el tinnitus se acalla hasta olvidarlo, cómo un corazón de ritmo denso y prieto cambia por un compás ligero y calmo… a cómo percibir en mi interior el fluir suave y delicado de mis “entretelas”.  En los tejidos está escrita cada biografía; quizás dar curso al río de la vida sea el destino último de todo organismo y la vía de curación posible.
 
 

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Aquí el texto completo 
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Mi acercamiento a esta técnica terapéutica, tan desconocida como necesaria, no fue en un principio buscando mi propia salud; ocurrió en mi período como estudiante de logopedia. La convicción de que la naturaleza tiende al equilibrio -y en el caso del cuerpo humano es el sistema nervioso central y el cerebro de quien depende, garantizando la supervivencia- me instó a buscar enfoques que partieran de ello: cómo ayudar al más complejo de los sistemas en su esfuerzo por restablecerse de su lesión. Sin maniobras o técnicas invasivas, sin desviarle de su sabio intento.

Y la terapia craneosacral fue como una sacudida; alguien concebía el sistema como un conjunto homeostático, al mando de todos los recursos fisiológicos para reponer lo necesario cuándo y dónde, a su propio ritmo, en la jerarquía necesaria para sanar de lo fundamental a lo accesorio y no de acuerdo a reglas externas – convenciones sociales en su mayoría- a sus leyes naturales.

Fue un acercamiento teórico y muy interesante, rompedor: el cráneo como un continente articulado, vivo y dinámico; con su propio sistema de autorregulación, de nutrición y excreción; protegido por la infranqueable barrera hematoencefálica… pero accesible! En la universidad generó curiosidad y respeto, abriendo el debate de si incorporarlo como un tratamiento de primer grado en las salas de rehabilitación de daño cerebral.

Al tiempo, tras un periodo extenuante en mi vida, empecé a encadenar migrañas semanales que, junto a la irrupción de la menopausia, me dejaron en 49 kg. Las migrañas me han acompañado desde la adolescencia, pero desde un accidente de coche que me causó dos hernias cervicales, se habían acentuado; por otro lado, tras una resonancia cerebral para descartar posibles causas mayores de la migraña, me apareció un acúfeno o tinnitus muy desagradable… Ante mis preguntas, tanto neurólogo como otorrino, me decían que no tienen respuesta ni tratamiento curativo, ni para la migraña ni para el tinnitus… Con ese “cuadro” tan prometedor decidí que, o era mi propio cuerpo quien tenía las herramientas para romper el maleficio, o entraba en el cajón de “los sin remedio”, sin remedio. Pero necesitaba ayuda, porque por sí sólo no lo conseguía. Y fue cuando recordé la web que había consultado en su día para realizar el estudio sobre Terapia Craneosacral, lo esclarecedora y didáctica que resultó y lo esperanzador que es que profesionales serios ocupen sus conocimientos, su alma y su tiempo en casos en que la “evidencia científica” sólo certifica su incapacidad.

Y ahí me lancé: me puse en contacto con Toñi, empezando con una frecuencia semanal durante dos meses, que fue suficiente para invertir la tendencia de empeoramiento general y disminuir la frecuencia de las migrañas a la mitad. Más de lo que yo esperaba en un inicio, pero menos de lo que ella considera como objetivo: desandar el camino recorrido por mi organismo en el que las migrañas, con su medicación analgésica, se ha convertido en una constante, por alguna razón que se debe y se puede desanudar.

En este recorrido he aprendido a “notar” cómo con sus dedos en mis pies, se me “abre” algo en el pecho (!), cómo con su tacto en mi cráneo el ruido constante que supone el tinnitus se acalla hasta olvidarlo, cómo un corazón de ritmo denso y prieto cambia por un compás ligero y calmo… a cómo percibir en mi interior el fluir suave y delicado de mis “entretelas”. En los tejidos está escrita cada biografía; quizás dar curso al río de la vida sea el destino último de todo organismo y la vía de curación posible.
 
 
Yolanda Muñoz Cremades